Durante las semanas de confinamiento con motivo del coronavirus, se han observado diferentes escenarios en todo el mundo destacables por la mejora de la calidad ambiental urbana: calles libres de coches, mejora de la calidad del aire, fauna paseando por las calles de las ciudades , reducción del ruido ambiental, etc.
Sin embargo, otros beneficios ambientales resultantes del confinamiento son menos visibles pero tanto o más significativos. Es el caso, por ejemplo, de la disminución en la generación de residuos municipales, ya que varios estudios han demostrado una disminución importante en el volumen de residuos recogidos. La pregunta significativa es: ¿qué pasará en el futuro cercano, en un escenario post-confinamiento, en relación con los residuos?
Es evidente que una vez se reactive la actividad económica, sobre todo relacionada con el comercio y la hostelería, la generación de residuos volverá a subir. Sin embargo, ¿qué sucederá a escala del consumidor? ¿Puede ayudar la crisis sanitaria a modificar los hábitos de consumo de la sociedad en favor de la reducción de residuos? La respuesta no está del todo clara.
Por un lado, el confinamiento posiblemente haya hecho reflexionar a un sector de la sociedad para darse cuenta de que necesitan menos bienes materiales de los que encontraban imprescindibles hace sólo unas semanas. Además, la desconfianza de la población hacia los grandes establecimientos comerciales por el riesgo de concentración de un gran volumen de personas puede favorecer al comercio local, que ayuda a fomentar el tejido social y empresarial de barrio y las relaciones de vecindad. Este comercio local está generalmente asociado a un producto de proximidad y un menor volumen de empaque de los productos. Por tanto, tiene un menor impacto asociado.
Por el contrario, ese mismo escenario de desconfianza puede favorecer la compra de productos envasados por una mayor percepción de seguridad. También, como ya se ha hecho palpable, fomentar el hábito de comprar a través de internet, que se caracteriza, generalmente, por un sobreembalaje de los productos, con un impacto ambiental relevante. En este sentido, quien ya realizaba la compra online, ha intensificado el hábito, pero la nueva coyuntura ha abierto esta práctica a nuevos segmentos de población como personas mayores o personas hasta ahora poco propicias a utilizar las nuevas tecnologías digitales para este fin.
Hay que tener en cuenta, también, que durante muchas semanas –incluso meses– el uso de medidas de autoprotección como mascarillas y guantes –que tienen una vida útil muy corta y no son reciclables– será, como mínimo, muy recomendable y presumiblemente obligatorio por distintos colectivos y profesionales: personal sanitario, personal que trabaja de cara al público, con colectivos vulnerables, etc.
En cuanto al conjunto de residuos sanitarios, su generación se ha visto incrementada en un 350% desde que comenzó la crisis sanitaria, según datos de la Agència de Residus de Catalunya. Por ejemplo, durante las semanas de pico de la enfermedad, uno de los hospitales de tercer nivel de Barcelona y referente en el tratamiento de pacientes con coronavirus, registró los siguientes datos de utilización de materiales de trabajo desechables, en comparación con la situación habitual previa al brote de la pandemia:
- Batas: 10.000 unidades/día (se multiplicó por 10 su consumo habitual*)
- Guantes de plástico: 7.000 cajas/día (se multiplicó por 10 su consumo habitual)
- Jeringas: 30.000 unidades/día (se multiplicó por 7 su consumo habitual)
- Mascarillas monaghan: se multiplicó por 50 su consumo habitual
* Situación pre Covid-19
La generación de residuos sanitarios se espera que se mantenga elevada durante los próximos meses, sobre todo por su uso en los centros hospitalarios, pero también en otros centros en los que hasta ahora no eran habituales, como las residencias de personas mayores. Debido al elevado volumen de residuos acumulados y su potencial infeccioso, la incineración se ha planteado como el principal sistema de gestión, seguido por su disposición en vertederos, siendo ambas prácticas muy perjudiciales para el medio ambiente.
Hasta la fecha, son numerosos los colectivos y grupos ecologistas que se han opuesto a estas prácticas, defendiendo que existen alternativas más sostenibles para gestionar este tipo de residuo, como la desinfección y esterilización de los productos por su posterior reutilización, reciclaje o revalorización.
En definitiva, lo que parece claro es que la crisis sanitaria ha puesto de relieve, una vez más, la necesidad de cambiar la actual concepción lineal de la economía: tanto las diferentes administraciones como las empresas deben trabajar en la elaboración de hojas de ruta que apuesten decididamente por un consumo más responsable, de proximidad y que incorpore plenamente la circularidad en todo el ciclo productivo.
Por lo que se refiere más concretamente a los residuos sanitarios, habría que estudiar un nuevo modelo de gestión más sostenible basado en las características de los residuos –por ejemplo, su potencial de infección–, para poder ofrecerles un tratamiento más específico, contando con infraestructuras adecuadas y seguras. Por tanto, debería considerarse la incineración y el vertido como última opción y priorizar la reutilización y reciclaje siempre que fuera posible, pero sin dejar de lado el principio de circularidad, no sólo referido a la fase final del producto, sino también a los materiales utilizados para su configuración.