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Agua, isotropía y quimera

Esquilmar las zonas húmedas para acabar descompensando también las secas es un disparate

En los años 70, estuvo de moda hablar de macrocefalia barcelonesa. La progresía al uso sostenía que era preciso reequilibrar el territorio. Había quien se enojaba cuando le hacías notar que un cuerpo no se equilibra repartiendo el cerebro por las extremidades. El equilibrio territorial no es la disposición homogénea de todo en cualquier parte, sino aquella distribución que hace posible un funcionamiento global conveniente. A menudo se logra favoreciendo las anisotropías, o sea las diferencias de densidades y funciones, justamente.

Ni siquiera el mar, tan plano, es isotrópico. Las aguas cambian de densidad, de temperatura o de composición química. La riqueza de nutrientes varía según lugares y momentos. Por eso hay corrientes y vida marina. En las tierras emergidas, con montes y valles, bosques y desiertos, ríos y zonas áridas, las diferencias son aún mayores. La isotropía perfecta solo se da en un cuerpo mineral homogéneo, muerto. Maldita la gracia.

PERO SOPLAN ahora nuevo vientos de isotropización. Vuelve a oírse hablar de «equilibrar» las cuencas hidrográficas. Como si estuvieran desequilibradas. A lo sumo, está desquilibrada la demanda excesiva en determinados lugares imposibles. Es muy distinto. Pero la anisotropía incomoda a las mentes partidarias del uniformismo. La justicia no persigue la igualdad, sino la equidad, que se basa en una redistribución de recursos anisotrópicamente proporcionada a las necesidades. El caso del AVE es bien ilustrativo: alta velocidad ferroviaria para todos y a todas partes. La disposición igualitaria de la red del AVE ha resultado altamente inequitativa. Los primeros perjudicados han sido quienes menos la necesitaban: mejor partido habrían sacado de inversiones en sus ámbitos más deficitarios. Pero ahora tenemos una red isotrópica y costosísima de trenes de alta velocidad sobre un territorio netamente anisotrópico, tanto espacial como sociológicamente. Por no hablar de aeropuertos innecesarios o de universidades redundantes. Ni la anatomía territorial, ni la fisiología socioeconómica han salido beneficiadas.

Recurrentemente se oyen voces que, en nombre de una pretendida solidaridad interterritorial, pretenden sacar agua de donde no sobra para llevarla, mediante costosas infraestructuras, a lugares donde, además de haber aún menos, todavía no han logrado optimizar su uso. La ciudad de Barcelona aprendió a demandar de la red menos de 100 litros por persona y día. Eso es poco menos de la mitad de lo que demandan las ciudades a donde irían las aguas trasvasadas. ¿Por qué no se empieza por ahí? Dividir por dos la demanda equivale a doblar el suministro. Más aún: el aprovechamiento de las aguas pluviales -que van al alcantarillado, para trastorno de las depuradoras y la recirculación de las aguas grises de las duchas en las descargas del WC- en lugar de mandarla a las cloacas reduciría la demanda urbana; la barcelonesa se situaría en tan solo unos 80 litros por persona y día. Hay edificios que ya presentan estos consumos de agua de red, sin que sus usuarios hayan notado incomodidad alguna, (¿qué sentido tiene llenar el depósito del váter con agua potable?). Más eficiencia y menos grandilocuencia, por favor.

Con la agricultura, igual. Basta con el nuevo plan hidrológico del Ebro, que para atender a futuros regadíos reserva solo 3.000 hm3 anuales al curso bajo, cuando serían necesarios al menos 7.000. En Israel o en California riegan con cuatro gotas, de las que tres son aguas recicladas. Nuestros isotropizadores seudosolidarios se animan a abordar grandes obras hidráulicas, pero no a regular los grifos, ni a ser eficientes, ni a regenerar las aguas residuales.

TAMPOCO QUIEREN entender cómo funciona una cuenca hidrográfica, ni cuáles son las prestaciones ambientales de un río fluyente. De nuevo les sobra grandilocuencia y les falta buen sentido (y decencia, a veces). Buen sentido socioecológico y voluntad para beneficiarse de tecnologías ya disponibles en el uso apropiado y eficiente de los recursos hídricos. Garantizar la oferta irresponsable en tiempos de gestión sensata de la demanda es un despropósito. Solo en los territorios anisotrópicos se establecen gradientes y diferenciales que permiten diversidades. La diversidad es la base de la complejidad. O sea del verdadero equilibrio. Una cosa es mover recursos para optimizar procesos y otra aplanar totalmente el relieve. Esquilmar las zonas húmedas para descompensar también las secas es un disparate. Y hacerlo a un costo elevado, una insensatez. Sobre todo si las aportaciones se destinan a desarrollos contraproducentes en forma de ladrillos de más o de cultivos excedentarios. Ya basta de repartidora partidista.

*Artículo publicado en El Periódico el 14/8/2014

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