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Agua desperdiciada

A pesar de la escasez hídrica, tiramos a espuertas recursos que podríamos reaprovechar

Toda el agua que bebemos es regenerada. Toda o casi toda. La envasada también. El ciclo natural se ocupa de ello. Los ríos con sus acuíferos y las fuentes se alimentan de agua de lluvia. O sea, de agua evaporada por el Sol. Agua salada marina o agua dulce continental; en todo caso, agua a menudo cargada de contaminantes. Al evaporarla, el Sol deja en el mar o en los lagos las sales y la suciedad. Las nubes son agua destilada. Agua regenerada que precipita, que es capturada y usada por plantas y animales. Agua finalmente residual que será de nuevo e incansablemente regenerada por evaporación solar. Es así desde hace millones de años. Por ello, cada gota de agua que bebemos es agua ya probablemente usada por alguien en algún momento de la historia del planeta.

Es una cuestión relevante. Ignoramos si el agua de la Tierra se formó en nuestro propio planeta o si procede de cometas de hielo con los que colisionó millones de años atrás. No importa. Es la misma desde siempre. La más cristalina fue sucia en algún momento. Esa capacidad para recuperar la pureza es una de las características del agua, justamente. Por eso es tan sorprendente que en el tecnificado mundo actual no seamos capaces de emular el ciclo natural y, así, dejar de tener problemas de disponibilidad hídrica. De hecho, sí somos capaces. Sabemos hacerlo. Lo que no hemos sabido hasta hoy es vencer el obstáculo cultural de plantearnos la regeneración al por mayor y superar prejuicios e intereses creados.

LA EFICIENCIA DEL SISTEMA

Una determinada corriente de opinión concentra ahora sus esfuerzos en la municipalización del suministro de agua. Es un tema secundario. La titularidad de un servicio regulado tiene una trascendencia relativa, si el regulador actúa como es debido. Lo importante es la calidad, la equidad y la eficiencia. La calidad y la equidad, en nuestro país, están garantizadas: el agua del grifo es sanitariamente segura y su precio es francamente bajo. Por el contrario, la eficiencia del sistema es escasa. Este sí es un gran tema.

No me refiero a las pérdidas de red. Hablo de la compleción del ciclo. El ciclo antrópico del agua es abierto: captamos, potabilizamos, usamos, depuramos y vertemos. Cada gota captada acaba incorporada a algún producto manufacturado o es tirada. Si la vertemos al mar tras depurarla, evitamos la contaminación ambiental, pero no la reaprovechamos. Dado el esfuerzo que cuesta depurar, parece absurdo el desperdicio, sobre todo si, como ocurre a menudo, la calidad de esa agua depurada es más alta que la del agua superficial que captamos. Es decir, que a menudo tiramos agua más limpia que la captada para su potabilización, un considerable contrasentido. Si trabajáramos en ciclo cerrado, el agua depurada se reincorporaría al proceso, por lo que solo necesitaríamos captar una pequeña parte de agua nueva. El recurso, entonces, se multiplicaría y su coste global se reduciría.

En el Área Metropolitana de Barcelona hay tres estaciones de regeneración de agua: la de Sant Feliu de Llobregat, la del Prat de Llobregat y la de Gavà-Viladecans. Juntas, tienen capacidad para regenerar un máximo de 145 millones de metros cúbicos anuales. El caso es que, en la actualidad, solo regeneran unos 4 millones. Trabajan, por lo tanto, a menos del 3% de su capacidad potencial. Es irrisorio.

Además, toda esa agua regenerada se destina a usos agrarios y ambientales (recarga de acuíferos, restitución de caudales fluviales, etc.). No es una mala opción, pero ni atendemos aún la enorme demanda industrial que podríamos satisfacer, ni abordamos la potabilización del resto de agua regenerada que podríamos procesar. Solo en la zona del delta del Llobregat hay una demanda industrial potencial de unos 2 millones de m3 anuales. Satisfacerla y reenviar el resto de agua tratada aguas arriba del Llobregat, antes de la captación de la estación potabilizadora de Sant Joan Despí, sería una opción más que sensata.

Las depuradoras metropolitanas barcelonesas tratan unos 10 metros cúbicos de agua cada segundo, o sea unos 300 millones de metros cúbicos anuales, entre aguas residuales y pluviales. La gran mayoría son vertidos al mar. En un contexto de escasez y de estrés hídrico de las cuencas suministradoras (caso de la del Ter) ello es un inmenso despropósito. Dejemos en paz al Ebro, al Ter en buena medida y al Ródano: bastaría regenerar o eventualmente potabilizar el agua depurada. Se aseguraría el suministro y de forma más barata, ecológicamente más lógica y territorialmente más justa. De hecho, es un escándalo que aún no se haga.

*Articulo publicado en El Periódico el 30/5/2017